Dreamers Without Borders
"Dreamers without Borders" es un programa educativo binacional diseñado para reconectar a Dreamers y ciudadanos estadounidenses de origen mexicano que viven en los Estados Unidos con México. Esto se hace a través de viajes con agendas sobre eventos educativos, culturales y recreativos.
Debido a la situación actual, todos los viajes están en pausa, esperamos reanudarlos lo antes posible.
A continuación encontrará historias de Dreamers, escritas por Fernanda Caso. Estas historias son sueños en proceso, cada uno de ellos es importante y único.
Publicamos un documento con recomendaciones para mejorar el programa DACA, puedes leerlo AQUÍ
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Tener DACA para estudiar medicina regenerativa
Por Fernanda Caso
“Mi mamá dice que lloré todo el camino hasta llegar a los Estados Unidos, pero yo no me acuerdo del viaje” relata Itzetl, quien entonces tenía 4 años de edad y cruzaba junto con sus padres y tres hermanos la frontera. Hoy ella es administradora de un laboratorio de medicina regenerativa de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).
Los Avila se asentaron en San Fernando Valley, California y se integraron rápidamente a la comunidad. Su madre trabajaba como administradora de apartamentos y su padre hacía las reparaciones y mantenimiento. Itzetl siempre fue una estudiante de excelencia, siempre con honores y siempre el primer lugar de su clase.
Todo parecía ir muy bien hasta que su padre fue deportado por primera vez. Por una falta de tránsito lo llevaron ante un juez y su familia no lo volvió a ver hasta dos años después. Itzetl estaba en secundaria cuando esto sucedió. A la pérdida emocional, se sumó la crisis económica que se detonó con la partida de su padre. Se quedaron sin nada, en ocasiones ni siquiera tenían dinero para comprar suficiente comida. Su padre logró regresar pero pronto volvió a ser deportado. En cada ocasión la situación económica empeoraba. Su madre hacía esfuerzos para sacar adelante a sus cuatro hijos y su padre pasaba largos periodos de depresión derivado de no poder estar con ellos y ayudarlos.
Itzetl decidió entonces empezar a trabajar para ayudar a su familia. Consiguió empleo vendiendo ropa en un mercado de pulgas donde estuvo hasta que terminó la preparatoria. Gracias a DACA y a sus calificaciones, entró a estudiar biología en el community college y después pudo transferirse a UCLA donde se enfocó en biología celular y molecular.
A la par de sus estudios, Itzetl hacía una intensa labor social. Colaboraba como voluntaria en la Universidad ofreciendo servicios médicos y sociales a personas en situación de calle, ayudaba en la unidad de cuidados intensivos en un hospital y participaba como mentora en la organización “Médicos, Enfermeros y Dentistas Para el Pueblo.”
Recién graduada en junio, Itzetl ya es la administradora del lugar donde alguna vez hizo prácticas como estudiante. Se trata de un laboratorio en UCLA que tiene tres áreas de investigación: cáncer, piel y cerebro. Aunque su especialidad son las células de piel, ella está a cargo de que todo en el laboratorio funcione. Esto implica supervisar el crecimiento de las células de cultivo y asegurarse de todos los proyectos cuenten con los insumos necesarios. El trabajo en el laboratorio le permite continuar haciendo investigación y prepararse al mismo tiempo para entrar a la escuela de medicina, a la que espera aplicar dentro de un año. Su primer artículo académico se encuentra en fase de revisión para ser publicado.
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Tener DACA para jugar tenis
Por Fernanda Caso
Adrián, según lo relata su padre en un video que circula en YouTube, tenía talento para jugar tenis nivel profesional. Ese era su sueño. Sin embargo, para inscribirse en los campeonatos de alto nivel que le hubieran permitido afinar su técnica, era necesario ser residente en algún estado y él no tenía papeles. Tampoco pudo ir nunca a ningún torneo internacional pues salir del país implicaba no poder volver. A pesar de esta realidad, Adrián nunca soltó la raqueta. Era su pasión y practicó el deporte intensamente sin saber que le abriría otras puertas en la vida.
Sus padres lo trajeron a él y a su hermano a los Estados Unidos en 1991, cuando acababa de cumplir tres años. Se enteró que era indocumentado 9 años después, a los 12, cuando su abuelo paterno enfermó gravemente y sus padres tuvieron que explicarles por qué no podían viajar para acompañarlo en sus últimos días de vida.
Al terminar la preparatoria, su alto nivel deportivo le permitió obtener una beca para estudiar en la Universidad del Norte de la Florida. La forma de registrarlo en el sistema fue como “estudiante internacional.” Esto implicaba que, en términos contables, su beca era tres veces más alta que la de cualquier estudiante, a pesar de que había vivido toda su vida en el estado. La situación hubiera sido un dato irrelevante si no fuera porque el coach decidió cortarle la beca un año después, con el argumento de que los recursos que la universidad invertía en él podían ser mejor empleados en otros tres estudiantes residentes.
Fue entonces que Adrián buscó otras opciones y la Universidad de Saint Thomas le ofreció un espacio. Ahí, Adrián estudió becado la carrera de Comunicación mientras sostenía el primer lugar dentro del equipo y continuaba compitiendo a nivel colegial. Pero después de graduarse, los problemas volvieron. Aunque tenía un título, no podía trabajar en nada relacionado con su carrera. Era 2011 y DACA todavía no entraba en vigor. Vivió los siguientes tres años dando clases de tenis de manera informal, ayudado por entrenadores que lo conocían desde chico en Miami.
Cuando el programa DACA se anunció, tardó más de un año en mandar su aplicación por miedo. Le preocupaba que darle tanta información sobre sí mismo a las autoridades lo hiciera un objetivo demasiado visible para la deportación. En retrospectiva, no duda que aplicar fue la decisión correcta: “DACA me cambió la vida…sin DACA yo ya no estaría en este país, yo realmente ya estaba muy frustrado. DACA me dio un respiro y me permitió saber cómo es el sabor de vivir tranquilo aquí”, relata con alivio.
Una vez con su permiso para trabajar en mano, regresó a la universidad a estudiar y consiguió un trabajo como entrenador en uno de los mejores clubes de tenis en el estado, en el Hotel Biltmore de Coral Gables. Además, se inscribió para ser hitting partner (un jugador de buen nivel que ayuda a practicar a los profesionales antes de sus partidos). Lo hizo en varias ocasiones en el Miami Open, en el torneo de Cincinnati y en el U.S. Open. En el 2017, ayudó a practicar a Roger Federer para la final del Miami Open contra Rafael Nadal.
Hoy Adrián es maestro en comunicación y vive en California desde hace un año. Trabaja para una organización civil produciendo contenidos y desarrollando narrativas donde además asesora productores y guionistas de Hollywood sobre la forma en la que mejor se puede representar los migrantes. Sin embargo, no ha dejado de dar clases de tenis de manera esporádica y sueña en el futuro con poder mezclar su carrera con su pasión.
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Tener DACA para emprender
Por Fernanda Caso
Cuando Maritza y su hermana mayor organizaron su fiesta de “quinceañera”, todo salió mal. Las decoraciones, la coreografía, el salón y la música fueron totalmente distintas a lo que ellas y sus padres habían elegido. La experiencia sirvió para que Maritza se diera cuenta de los organizadores de eventos en su ciudad no dimensionaban cuánto significaba este evento para familias como la suya.
Al poco tiempo, una prima le pidió ayuda y ella se apuntó inmediatamente par ayuarla. Las cosas salieron tan bien que muy pronto conocidos y desconocidos la empezaron a buscar para pedirle que organizara las quinceañeras de sus hijas.
Maritza había aprendido a bailar de manera autodidacta desde los 7 años de edad. Con un CD de K-Paz de la Sierra de su hermano, empezó a practicar los pasos hasta tener la coreografía de todas las canciones del álbum aprendidas de memoria. Al poco tiempo aprendió a bailar también bachata y cumbia, y aprovechaba cada evento familiar para practicar sus pasos. Cuando venían las Quinceañeras, además de organizar su evento, ella se encargaba de poner la coreografía de sus bailes.
Esto no era común en su condado, Middleton, Wisconsin, donde el 92% de la población es blanca y menos del 3% son hispanos. En casa y entre las amistades de sus padres, Maritza bailaba y hablaba español pero fuera de ella, vivía la cultura estadounidense como una más. Llegó a los Estados Unidos con tan solo 1 año y medio de edad y no se acuerda ya de Cholula, Puebla, el lugar donde nació. Siempre se sintió sorgullosa de sus raíces, pero sabía la importancia de integrarse en el país en el que viven ahora.
En preparatoria, en cuanto pudo obtener DACA, tomó su primer trabajo en un restaurante de comida rápida. A la par, estaba involucrada en clubes, deportes y voluntariados que pudieran ayudarla a mejorar su perfil para obtener una beca en la universidad. Los hijos de migrantes indocumentados tienen muy pocas posibilidades de acceder a apoyos financieros y quienes tienen DACA compiten entre ellos por los pocos recursos que están disponibles.
El primer año de universidad, Maritza no consiguió la beca que buscaba. Esto la obligó a tomar 4 empleos parciales para completar el dinero que necesitaba. El segundo año volvió a aplicar y tuvo más suerte. Gracias a esto pudo dejar de trabajar y enfocarse de tiempo completo en la escuela. Fue entonces que decidió que iba a ser empresaria. Algún día quería tener dinero para apoyar a jóvenes que quisieran estudiar como ella. Optó entonces por cursar la carrera de Negocios y transformar lo que alguna vez fue su hobby en un trabajo formal.
Hoy Maritza está emprendiendo en la organización de eventos. Aunque los hispanos son pocos en su ciudad, es una población creciente en el estado de Wisconsin y hay una comunidad amplia a 15 minutos de donde ella vive. Cada vez más familias necesitan ayuda para organizar quinceañeras y bodas con servicios de calidad a precios que sean razonables. “Vi a muchos padres sufrir crisis nerviosas por el estrés que implicaba pagar fiestas de este tamaño” relata Maritza. Ella quiere ser una empresaria con sentido social y que su negocio sirva para crear empleos.
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Tener DACA para ser chef
Por Fernanda Caso
Zaid llegó a los Estados Unidos a los 11 años con su madre y sus hermanos con la promesa de que podría volver a México a vivir con su padre cuando hubiera aprendido inglés. La promesa fue cumplida y después estudiar un año en Kansas City, Zaid regresó a la Ciudad de México. El regreso no fue lo que esperaba. Pasaba la mayor parte del tiempo solo y extrañaba a su familia. Tardó menos de un mes en volver con su madre.
Prefería estar cerca de ella, pero no es que disfrutara la vida que llevaban. Zaid describe su infancia como un “hueco” en el que todos sus recuerdos están mezclados con el trabajo. Pasaba sus tardes después de la escuela en la pizzería donde su madre trabajaba y, posteriormente, con sus hermanos en la tienda de productos mexicanos que abrieron. No tenían mucho dinero. En realidad, apenas lograban sobrevivir. Con la apertura de la tienda la situación empezó a mejorar. Pudieron empezar a celebrar los cumpleaños y dejar de ir a recoger ropa a los depósitos de Good Will cada navidad con su tía.
Pero la tienda tampoco duró demasiado. Cuando Zaid empezaba a entusiasmarse con la posibilidad de tener un título universitario, la tienda quebró y su madre no aguantó más la presión. Viendo a su madre irrumpir en llanto, Zaid decidió hacerse cargo del problema. Pidió dinero prestado a todos sus conocidos y, sin tener ninguna experiencia, abrió un restaurante en el mismo local donde su madre había tenido su negocio. De alguna forma tenían que seguir pagando el alquiler.
Fue en ese momento que Zaid descubrió su talento en la cocina. Imaginaba los platillos y luego los convertía en realidad. Nunca había cocinado antes, pero tenía un don natural para mezclar los sabores y lograr un menú creativo y atractivo. Derivado del éxito, al poco tiempo y ya con DACA pudo obtener financiamiento de una clienta para abrir un café. Con 2 mil dólares montó el negocio y empezó a experimentar. El éxito se repitió y a un año de haber abierto, su cafetería ya estaba en los primeros lugares de los catálogos de la ciudad.
Fue durante esos años que Zaid empezó a interesarse más por la comida y su origen. Mientras más se informaba, más se convencía de que debía volverse vegetariano por razones relacionadas con el maltrato animal, el medio ambiente y la salud. Dejó de comer carne y después pollo y pescado. Finalmente se volvió vegano. En ocasiones se preparaba bagels estando en la cafetería para comer mientras trabajaba hasta que los clientes empezaron a pedirles que les preparara. Y de los bagels, pasó a las hamburguesas de betabel.
Era un negocio pequeño y las hamburguesas se convirtieron pronto en su mayor fuente de ingresos. Fue entonces que él y su socia decidieron cerrar la cafetería y se embarcaron en una mayor aventura. Invirtieron todos sus ahorros y pasaron meses de penurias consiguiendo financiamiento. Rentaron un local en la calle principal de la ciudad, compraron todo el equipo de cocina, diseñaron un restaurante a su gusto y para principios de 2019, inauguraron Pirate´s Bone Burguers, un restaurante de hamburguesas y comida 100% vegana. En los primeros 3 meses, su restaurante logró vender 100 mil dólares, según lo relata el chef con orgullo.
La pandemia ha sido un golpe duro, pero Zaid está decidido a mantener el negocio funcionando. A pesar de todo, no pierde el foco y el sentido del humor: “Yo lo estoy haciendo para todos los migrantes que vienen atrás de mí. Quiero que digan: si ese güey pudo, ¿¡cómo no voy a poder hacerlo yo¡?”
Zaid ha sido nombrado como una de las 9 “rising stars” de Kansas City y su restaurante ha sido reseñado por múltiples medios locales y la revista Bon Appétit.
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Tener DACA para promover la salud infantil
Por Fernanda Caso
¿Español está bien?- pregunto tan pronto como iniciamos la entrevista. Sí, claro- responde Ciriac sin dudarlo un segundo. Caigo en cuenta de que, hasta ahora, toda nuestra comunicación electrónica había sido en inglés. Un inglés que, por supuesto, ella maneja mucho mejor que yo. Como miles de Dreamers, transita entre los idiomas con la facilidad de quien se siente hija de ambos mundos. Ciriac lo es.
Nació en México, en la Ciudad de Cuernavaca, Morelos y migró a los Estados Unidos teniendo apenas 5 años de edad. Relata la historia casi de memoria, como si de tanto contarla en foros, eventos y formatos de gobierno, esa persona de quien habla se hubiera desprendido y cobrado una vida independiente. Sí, ella es esa misma pequeña que migró acompañando a sus padres pero, desde entonces, han transcurrido en ella veinte años y una vida en los Estados Unidos, sumergida en su cultura, en su sistema escolar y entre ciudadanos que la aceptaron como una de ellos.
Hoy Ciriac es una exitosa profesionista egresada de la Universidad de Utah y trabaja como analista de políticas públicas enfocadas en la salud de los niños en la organización Voices for Utah Children. Su empleo es una realidad que hubiera sido inimaginable para sus padres, quienes lograron sacarla adelante a ella y sus dos hermanos con mucho esfuerzo. Su madre, cocinando y limpiando en asilos de ancianos; su padre, manejando maquinaria para la construcción.
Ciriac siempre supo que no tenía papeles, pero no fue hasta que sacó su primer permiso para conducir que sintió vergüenza. Ella, en lugar de tener una licencia tradicional, recibió una credencial con la palabra “Privilege” marcada al frente. Prefería no enseñarla para evitar que sus amigos se enteraran de que era indocumentada. Cuando entró a la universidad, no pudo aplicar a las becas ni a los trabajos que accedían sus compañeros para pagarse los estudios.
Cuando DACA fue aprobado, las posibilidades se multiplicaron para ella y sus hermanos. Después de invertir semanas enteras consiguiendo toda la documentación que necesitaban para comprobar sus años en el país (certificados escolares, cuentas de banco, comprobantes de domicilio) los tres aplicaron de inmediato. Unos meses después, Ciriac pudo dejar su trabajo como mesera y encontrar empleo como asistente en un laboratorio de tiempo completo. Gracias a eso pudo concluir sus estudios en Sociología y Ciencias Políticas.
Poco tiempo después decidió volver al camino que había iniciado como activista. Trabajó primero en el consulado mexicano, de ahí obtuvo una pasantía en la organización Comunidades Unidas ayudando a familias migrantes y finalmente llegó a Voices of Utah Children, donde está hoy.
Sus días en el trabajo pasan de estar horas revisando documentos legales a estar en la calle haciendo trabajo comunitario. Un día puede estar promoviendo el registro de los niños en el sistema de salud entre familias de mormones y al día siguiente frente a un legislador, explicándole el impacto económico de una medida que se pretende aprobar.
Para Ciriac, esto es apenas el incio. El siguiente paso para ella es estudiar Políticas Públicas en Princeton o Derecho en Georgetown. Pero para planear, se necesita certeza. “Necesitamos una solución permanente, DACA es un programa que están intentando quitar en cualquier momento y eso no es una forma de vivir. No podemos vivir con permisos que se van prolongando de dos años en dos años” me dice entre el tono serio de analista de que practica en su trabajo y un dejo de frustración que se le escapa… el de la joven que vive las consecuencias de las decisiones de gobierno de manera tangible en su vida diaria.
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Tener DACA para hacer activismo digital
Por Fernanda Caso
Juan bajó corriendo las escaleras después de terminar una llamada con la universidad a la que había aplicado. Estaba admitido, pero no podría inscribirse si no tenía una Green Card. Su madre quedó helada cuando escuchó la noticia en voz de su hijo, Juan no entendía y le pedía que le explicara qué significaba. Sin decir más, su madre se dirigió al auto. Momentos después se encontraban en la oficina de admisiones de la Universidad Internacional de Florida. Les informaron que el costo de la colegiatura para ellos era tres veces más que el de cualquier otro estudiante del estado por no ser legalmente residentes. Su madre se derrumbó en medio de la oficina mientras Juan la consolaba y ayudaba a calmar el llanto. Por primera vez caían en cuenta de las limitaciones que él y sus hermanos enfrentarían toda la vida. Por lo pronto, no tenían dinero para pagar sus estudios.
Las siguientes semanas Juan se dedicó a investigar lo que esto significaba. Le había prometido a su madre que conseguiría entrar a una universidad y así lo hizo. Encontró un community college que lo aceptaba y desde ese momento, a los 17 años, se convirtió en activista. Lo hacía entre clases y el trabajo que tomó para poder pagar sus estudios. No tenía mucho tiempo disponible así que aprendió a usar estrategias digitales.
Para 2012 su activismo había impactado de tal forma que cuando el Presidente Obama aprobó el lanzamiento de DACA, Juan recibió una llamada directo de la Casa Blanca para anunciarle la noticia. Juan no podía creerlo, había tenido ya tantas desilusiones que se tardó en darse cuenta de que esta vez era algo real.
“He estado dedicado a esto tanto tiempo que vi el llamado DREAM Act intentarse en 2007 y fracasar, intentarse en 2010 y fracasar, intentarse en 2013 y fracasar. He visto innumerables iniciativas de reforma migratoria ir y venir, así que soy una especie de viejo cuando hablamos de mi longevidad dentro de este movimiento”, me dice.
A pesar de que Juan hoy tiene una carrera en Ciencia Política y una maestría en Administración Pública por la Universidad Estatal de Florida, no ha abandonado la lucha. Sabe que DACA es un programa temporal y endeble. Y sabe también que hay muchos migrantes que todos los días viven aterrorizados ante la posibilidad de una deportación. Pero ahora no lo hace en sus tiempos libres entre apretadas agendas, hoy su trabajo como activista es de tiempo completo.
Juan Escalante es director de campañas digitales en la organización FWD U.S., una organización que busca restaurar los sistemas de migración y de justicia criminal.
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Tener DACA para ser maestra
Por Fernanda Caso
Tan pronto como cumplió los 15 años, Elisa se inscribió para obtener DACA. Su urgencia en ese momento no tenía que ver todavía con la presión de entrar a una universidad o conseguir un trabajo. En lugar de eso, ella llevaba meses esperando para poder inscribirse en el programa de voluntariado del hospital LaGrange AMITA en Chicago y para el cual le pedían un número de seguridad social. Durante seis años estuvo ayudando a transportar camillas, apoyando médicos y enfermeras con material y demás labores del día a día. Siempre supo que quería dedicar su vida a hacer algo por su comunidad. Las jornadas de trabajo en esas salas de cuidados intensivos se lo confirmaron.
Pero para hacerlo de manera profesional, necesitaba educación y, en los Estados Unidos, estudiar es caro. Aunque Illinois es uno de los 19 estados donde las leyes permiten a los jóvenes con DACA pagar una colegiatura con la misma tarifa que los residentes, el gasto seguía siendo grande y su familia no lo podía cubrir.
Consiguió entrar a estudiar Biología en el DuPage College. Para hacerlo y mantenerse como voluntaria en el hospital, Elisa tuvo que empezar a tomar trabajos que sí le pagaran. Primero en un McDonalds, luego como instructora de natación, después como cajera en una empresa familiar y en Target. En los momentos de mayor crisis, tuvo que tomar dos empleos para poder mantenerse. La presión la llevó a descuidar sus estudios e incluso a reconsiderar su vocación.
No fue sino hasta que fue invitada a un programa de minorías en profesiones de la salud organizado por la Universidad de Iowa que sus prioridades dieron un vuelco. Elisa relata este momento como un parteaguas en su vida. Las pláticas que ahí impartieron y las personas a las que conoció fueron la motivación que necesitaba para seguir adelante. Ya habiendo logrado transferirse a la Universidad del Sur de Illinois, Elisa decidió comprometerse de lleno con su educación para lograr lo que soñaba: ser maestra de biología en una preparatoria pública para apoyar a jóvenes que buscaran hacer una carrera en las ciencias.
Hoy Elisa no se imagina en un hospital sino en un salón de clases. Para niños desaventajados como ella, solo es posible salir adelante con el apoyo de un aparato estatal que se preocupe por su desarrollo. Su propia experiencia es un ejemplo de esto. Incluso antes del programa en Iowa, Elisa ha visto personalmente la diferencia que profesores comprometidos pueden hacer en un estudiante. Desde que ella llegó de Michoacán a los Estados Unidos, estando en preescolar, la escuela le asignó una tutora de inglés que le ayudara con el proceso de integración. Posteriormente, en 5o de primaria, llegó otro niño mexicano a su escuela y Elisa quedó impresionada de ver cómo su maestra aprendió a hablar español solo para poderse comunicar con él. Maestros la marcaron a ella y ahora ella quiere hacer la diferencia para más estudiantes. Sabe que los jóvenes necesitan profesores que los entiendan.
Con respecto a su estatus migratorio, ha aprendido a no pensar demasiado en el futuro. Ya no permite que el miedo a la deportación, el papeleo constante y la incertidumbre generada desde el gobierno le quiten el sueño. “I’ve learned to live life,” concluye relajada y alegre después de relatar su historia.
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Tener DACA para construir aviones
Por Fernanda Caso
No han pasado más de 10 minutos de entrevista cuando Gastón me cuenta entusiasmado que está por cerrar una transacción comercial que había estado buscando desde hace tiempo. Se dispone a comprar una segunda empresa para expandir su capacidad de producción, su red de clientes y, sobre todo, para poder obtener certificados que le permitan producir piezas para los camiones de bomberos de la ciudad de Miami y para aviones comerciales.
Gastón tiene hoy 33 años y es copropietario de Exclusive Metal Finishing Corp., una empresa de galvanizado que inició hace casi diez años con un amigo en Florida. Hoy tienen 7 empleados y producen piezas para yates, autos de colección, aviones privados y equipo de laboratorios. Gastón relata que a través de intermediarios de los que él es proveedor pudo hacer algunas piezas para el avión de Marc Anthony y todos los interiores del avión de Enrique Iglesias. Además, ha producido piezas para aviones de los gobiernos de Kasajstán, Colombia y Argentina. La empresa que comprará en estos días se llama Melimar y tiene otros 5 empleados por lo que la plantilla laboral- juntando ambos centros de trabajo- aumentaría a 12 personas en unas pocas semanas.
Llegar a donde está no fue sencillo. Gastón fue traído a los Estados Unidos por sus padres en 2002, cuando tenía 15 años de edad. No hablaba bien inglés y la escuela nunca fue su fuerte. Empezó a trabajar aún antes de haber terminado la preparatoria y sin saber realmente las oportunidades que tendría en el futuro. Pasaba los días puliendo metales, cortando madera y ensamblando materiales. Además de su empleo, tomaba otros encargos por su cuenta. En temporadas llegaba a trabajar hasta 17 horas diarias.
A los 24 años decidió emprender y abrir su propio negocio. Gastón tiene un carisma e inteligencia natural que le han abierto puertas, pero reconoce que no habría podido lograr nada de esto si no fuera por DACA. Muchos de sus clientes están en puertos marítimos y aeropuertos a los que él no podría entrar sin papeles. Tampoco podría soñar con que su empresa fuera proveedora del gobierno.
Sin embargo, las limitaciones del programa siguen representando un problema para él. Aunque hoy es un empresario exitoso, cuenta con una casa propia y su hijo va a una escuela privada, tanto él como su esposa siguen siendo considerados migrantes ilegales. Ambos tienen DACA y no pueden salir del país. Gastón quisiera poder viajar a otros países para conocer y también para hacer crecer su negocio, pero su estatus migratorio no se lo permite. Él y su esposa se han conformado con viajar tanto como pueden dentro de Estados Unidos: Washington, Las Vegas, Arizona, San Francisco, Hollywood, Puerto Rico, Filadelfia y Nueva York son algunos de los destinos más recientes que menciona.
Aunque él y su esposa tienen el sueño obtener la ciudadanía algún día, por ahora no existe un mecanismo legal para que los beneficiarios de DACA puedan iniciar el proceso de naturalización.
“Yo vivo acá. (…) Yo invierto todo el dinero acá y quiero crecer acá” me dice a manera de argumento. Estados Unidos es su país y así lo vive, aunque sus papeles digan otra cosa.
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Tener DACA para expandir el negocio familiar
Por Fernanda Caso
Son tres hermanos: Xóchitl, Citlali y José. Xóchitl es la mayor de los tres y llegó junto con su hermano y sus padres a los Estados Unidos cuando tenía apenas 3 años de edad. Sus padres eran maestros en Lolotla, Hidalgo. Su madre era maestra de primaria y su padre de preparatoria. Sin embargo, decidieron migrar.
Cuando llegaron a Houston, vivían en un dúplex y compartían el espacio con otras cuatro personas adultas. Sus padres empezaron su nueva vida limpiando oficinas. Tiempo después, su padre consiguió un trabajo como aprendiz de electricista y se dedicó los siguientes años a eso. Finalmente, decidió abrir su propia empresa.
Por su parte, Xóchitl se preparaba para ser boxeadora profesional mientras estudiaba la preparatoria. Tenía un muy buen nivel deportivo, pero cuando empezó la preparatoria su madre le advirtió que tenía que decidir qué quería hacer y enfocar ahí sus esfuerzos. “Si vas a hacer algo, hazlo bien. Si no, mejor no lo hagas,” le repetía. Xóchitl sabía que sus padres habían venido a Estados Unidos para que ellos pudieran tener una mejor educación así que decidió retirarse del box y se enfocó de lleno en la escuela.
Xóchitl no sabía que era indocumentada. Sabía que era mexicana pero no tenía los detalles de su estatus migratorio. No fue sino hasta que intentó aplicar a universidades que su madre le reveló que no tenía un número de seguridad social. La noticia le afectó mucho. “Es una edad difícil en la que estás formando tu identidad”- relata al recordar ese momento. Dos años antes había dejado de boxear pensando en sus estudios y ahora parecía que tampoco podría hacer eso.
Después de investigar, descubrió que podía aplicar a DACA y su panorama cambió por completo. Había estudiado en una preparatoria que le permitía empezar estudios universitarios a la par. Gracias a esto y a que ya tenía papeles, pudo entrar a la universidad de LAMAR y posteriormente transferirse a Texas Southern University para estudiar Administración de Empresas. Quería poder ayudar a su padre en el negocio familiar.
Hoy ella lleva todo el trabajo de papeleo, cuentas bancarias y se divide las ventas con su padre. Su madre maneja el material y la contabilidad. Tienen 8 empleados y se están preparando para expandir la empresa. DACA le permite a Xóchitl constituir una L.L.C. (Sociedad de Responsabilidad Limitada). Con esto podrían tener acceso a contratos de gobierno y diversas fuentes de financiamiento que hasta ahora les ha sido imposible solicitar.
¿Alguna vez te imaginaste esto cuando eras chica? - “Me siento orgullosa de que empezamos sin nada y pudimos hacer algo estable y concreto.”
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Tener DACA para ser maestro
Por Fernanda Caso
Rafael habla español, inglés y un poco de zapoteco. Ha vivido en Estados Unidos desde los 2 años y describe su comunidad en Madison, Wisconsin, como una extensión de Tanetze de Zaragoza, en Oaxaca, de donde él y su familia son originarios. Con el paso del tiempo, muchas personas de su pueblo han emigrado y se han asentado ahí, a más de 3,800 km de su tierra natal, pero cerca unos de otros y haciendo comunidad. Celebran cumpleaños, bodas y 15 de septiembre al estilo tradicional y, tal como en Tanetze, organizan cada año la fiesta de la Virgen del Rosario. Además, Rafael y su padre tocan juntos en un mariachi. Él toca la trompeta y la guitarra, su padre el guitarrón.
Sus abuelos son campesinos y sus padres lo eran hasta antes de migrar. Sin embargo, su padre siempre había buscado una vida distinta. En algún momento intentó ser sacerdote y estuvo durante un tiempo en el seminario, pero finalmente regresó al pueblo y se casó con la madre de Rafael. En el año 2000 decidieron viajar a Estados Unidos, expulsados por las condiciones de pobreza derivadas de la caída de los precios de sus productos en el mercado internacional.
Se muestra reflexivo cuando habla de su experiencia como estudiante en el sistema de educación pública estadounidense. “Interesante” es la palabra que elige y continúa explicando lo difícil que era empatar su orgullo por sus raíces indígenas con sus ganas de integrarse con los demás. Cuando él estudió la primaria, empezaba un programa bilingüe que le permitía a los hijos de hispanos estar en un grupo especial donde tomaban clases en ambos idiomas. Esto tenía muchas ventajas, pues permitía a estos niños estudiar sin perder la conexión con su lengua materna. Sin embargo, también creaba una especie de segregación que los acompañaría hasta que iniciaran la secundaria.
Rafael siempre se distinguió del grupo por sus calificaciones y desempeño, así que durante los siguientes años pudo entrar a talleres y materias a los que muchos de sus compañeros hispanos no podían acceder. Eso le permitió expandir sus amistades y sus horizontes intelectuales. Desde entonces se empezó a acostumbrar a ser la única persona de color dentro de un grupo.
Una vez que terminó la preparatoria, con DACA y sus buenas calificaciones, pudo obtener un trabajo en la organización Centro Hispano y aplicar a la universidad. Sin embargo, DACA no resolvía el problema completo de su estatus. En primer lugar, no le ofrecía residencia estatal por lo que podía inscribirse sin problemas, pero debía pagar dos o tres veces más en colegiaturas que sus compañeros pues se le cobraba la tarifa de estudiante internacional. En segundo lugar, DACA no le daba acceso a las becas y apoyos a las que sus compañeros tenían acceso, por lo que el pago de sus estudios era todavía más complicado. Cada semestre le costaba entre 16 mil y 20 mil dólares.
Con muchos esfuerzos, Rafael logró terminar su carrera en Educación. Su sueño era ser maestro y a eso se dedica ahora. En Centro Hispano, da clases en un programa extracurricular para jóvenes de preparatoria que quieren aprender de la historia de Latinoamérica, de las culturas chicana y latina y de justicia social.
Rafael tiene 22 años y muchos planes por delante. De entrada, quiere regresar a la universidad y continuar su preparación como maestro. “Cuando estuve en primaria, secundaria y preparatoria, todos los maestros que yo tuve fueron americanas o americanos [blancos], hasta llegar a la universidad tuve mis primeros profesores de color. Yo quiero tratar de cambiar eso. Yo nunca tuve esa oportunidad y quiero asegurar esa oportunidad para otras generaciones.”